El banco central pone en marcha las políticas para frenar la inflación mientras mantiene un ojo en controlar la deuda soberana de los países del sur
El Banco Central Europeo (BCE) se ha unido al fin a la mayoría de institutos emisores del mundo que han dado el paso de subir los tipos de interés para luchar contra la inflación, una amenaza económica olvidada en la última década. Es la primera vez en 11 años que se da este paso en Fráncfort. Además, lo ha hecho con fuerza: los ha subido 50 puntos básicos (0,5 puntos porcentuales), un movimiento que el organismo solo había dado otras dos veces en su (corta) historia. La última, en junio de 2000. Al mismo tiempo, ha acordado la creación de un mecanismo sin límite de recursos para evitar que estos movimientos y la normalización de la política monetaria se trasladen a las primas de riesgo y provoquen la fragmentación financiera de la zona euro. El consejo de gobierno admite que es un paso mayor de lo que había anunciado el mes pasado, cuando avanzó sus planes para este jueves, subir el precio oficial del dinero un cuartillo de punto, 0,25 puntos porcentuales.
Con estas medidas, el objetivo del BCE es “asegurar la vuelta de la inflación al 2% a medio plazo”, apunta en la nota emitida al final de la reunión de su consejo de gobierno. Pretende hacerlo “a medio plazo”, es decir, en 2024, según aclaró la propia presidenta, Christine Lagarde, en el discurso que pronunció en Sintra (Portugal) la semana pasada. Sobre el mecanismo para intervenir en los mercados de capital si la brecha entre las rentabilidades de los bonos se ensancha injustificadamente dice: “Es necesario para asegurar una transmisión efectiva de la política monetaria”.
“El TPI [siglas en inglés del Instrumento para la Protección de la Transmisión de la política monetaria] será un complemento del conjunto de instrumentos del consejo de gobierno, y puede activarse para contrarrestar una dinámica de mercado desordenada e injustificada que suponga una grave amenaza para la transmisión de la política monetaria en toda la zona del euro. La magnitud de las compras del TPI depende de la gravedad de los riesgos que afectan a la transmisión de la política monetaria”, apunta el BCE en su comunicado sobre la decisión más novedosa adoptada hoy. La misma nota recuerda que esta herramienta será el último recurso, porque la primera línea de defensa será la reinversión “flexible” de los bonos soberanos que ahora tiene en cartera, es decir, comprar más títulos de deuda pública de los países más afectados.
La reunión del consejo de gobierno del BCE comenzaba este jueves a las nueve y media. Minutos antes se confirmaba el peor escenario al que se podían enfrentar. Nada menos que su expresidente, Mario Draghi, el mago que espantó los fantasmas de la zona euro hace 10 años con una sola frase (”whatever it takes...”), anunciaba su dimisión como primer ministro italiano. Se confirmaba el escenario abierto el día antes. Y los mercados han reaccionado en consonancia: la Bolsa italiana caída y la prima de riesgo (la diferente rentabilidad que exigen los inversores por los bonos a 10 años de un país del euro frente al bono alemán) volvía a dispararse.
Ya no se trataba de contener el IPC al alza desde hace un año y convertir en erróneas las previsiones de que siga creciendo (Goldman Sachs espera que en septiembre se supere el 10% en la zona euro), al mismo tiempo que se evita la fragmentación financiera de la zona euro por el fin del programa de compras netas de deuda pública, un reto de por sí mayúsculo con una guerra a las puertas. Ahora la situación se agrava por la inestabilidad política italiana, un país con tamaño suficiente para amenazar la estabilidad de la moneda única, y un pasivo estatal que ronda el 150% de su PIB, solo superado por Grecia.
Para evitar ese riesgo de fragmentación financiera, agravado ahora, es necesario que el instrumento anunciado le permita al instituto emisor intervenir en los mercados cuando entienda que hay una gran diferencia no justificada en las primas de riesgo, lo que provoca créditos baratos en unos países (léase Alemania) y caros en otros. Como recuerda ING, no solo Italia afronta este peligro, también está en primera línea España, que paga en intereses por su deuda una cantidad equivalente al 2% de su PIB (unos 25.000 millones de euros) y tiene uno de los mayores déficit estructurales de la UE. Y, aunque con discrepancias sobre la inminencia del riesgo y su magnitud, el peligro existe, como admitió el propio BCE en su reunión extraordinaria de junio, cuando reconoció que hay “una transmisión desigual [entre los países de la eurozona] de la política de normalización monetaria”.
Esta herramienta, si funciona, da margen al BCE para que se centre en su mandato original: vigilar la estabilidad de los precios y conducir el IPC agregado a un horizonte a medio largo plazo del 2%. Su trabajo se aproximaría así al de los institutos emisores del mundo, que no temen que sus decisiones fragmenten financieramente su área de regulación. Eso también ayuda a entender por qué el 75% de los bancos centrales ya han empezado a subir los tipos de interés, según el Fondo Monetario Internacional. Algunos a un ritmo tan endiablado como para enfriar mucho la actividad económica hasta llevarla a la recesión: la Reserva Federal de Estados Unidos incrementó en 75 puntos básicos el precio del dólar y se espera que pronto todavía lo haga más; el Banco de Canadá elevó el tipo oficial en 100 puntos básicos (un punto porcentual) la semana pasada.
El organismo con sede en Fráncfort se ha caracterizado en su corta historia ―se creó en los años noventa del siglo pasado― por ser muy cauto. Hasta hoy, solo había aumentado dos veces más de 25 puntos básicos sus tipos de interés oficiales, en 1999 y en 2000. Nadie duda de que romper esta conservadora tradición para volver rápido a ese objetivo, cuasi sacrosanto en algunos países como Alemania, del 2%, provocará una recesión importante. De ahí que no falten voces que apuesten en adelante por una senda prudente, aunque sea al precio de tener una inflación por encima de ese nivel unos años, algo que ayudaría mucho a reducir el volumen de deuda pública (todo un balón de oxígeno para Grecia, Italia, Portugal, Bélgica o España).
FUENTE: El País